miércoles, 28 de julio de 2010

Higiene, regalos navideños, hospitalidad campesina, ropa rústica

Continuando con la serie "Recuerdo que..." hago la segunda entrega de los recuerdos de mi madre. Ella los escribe a mano y mi hermana Pía los transcribe para subirlos. YO, con la venia de mi mamá, retoco algunos términos que pueden ser confusos, o algo de la sintaxis o puntuación por el mismo motivo, pero hecho con todo respeto para la autora.


Recuerdo también lo no tan idílico ni bucólico -el desaseo de la gente- niños hirsutos llenos de piojos con los mocos colgando. Pese a las deficiencias de la educación pública, a lo largo de los años  ha logrado inculcar hábitos de higiene y deseo de vivir de un modo más decente. 

¿Podría olvidar a los niños de 1 a 3 años vestidos con una camisola de lona harinera, “pioncos” o sea sin calzón ni pañal haciendo sus necesidades donde les viniera en gana sin complicaciones de ropa que lavar? A veces era necesidad y muchas otras solamente flojera de madres chasconas y abúlicas esperando que el marido trajese “la ración” o sea el litro de porotos  guisados que se les entregaba en su lugar de trabajo a la hora del almuerzo. Muchas otras sí se preocupaban de sus casas, siempre afanando en su huerta donde no faltaban las coles para mejorar los porotos, acelgas, cebollas, ají, ajos y cilantro. En sus gallineros proliferaban los pollos y gallinas de cogote pelado con justa fama de ser buenas madres, también las trintres o sea con las plumas desordenadas que les daba un aspecto crespo y divertido. 

Recuerdo con afecto su sencilla hospitalidad campesina, al llegar siempre ofrecían agua con harina tostada servida en unos vasos grandes llamados “potrillos”. Tenían unas toscas banquetas y unas mesas que eran un cajón azucarero vuelto al que añadían patas. Cubrían la mesa con una carpeta de lona harinera, artículo proveedor de infinidad de prendas del ajuar hogareño. De ahí salían sábanas y fundas, camisas y calzoncillos, enaguas, toallas y calzones, delantales, manteles, cortinas y más de alguna mortaja. 

Esas bolsas eran de algodón de muy buena calidad, así es que duraban mucho, la desventaja podía ser que en la intimidad se leyera “molino tal” en el trasero del dueño de los calzoncillos, que eran de pierna larga, atados con una tira al tobillo, sin marrueco ni botones. En el delantero tenían una pieza triangular que se ataba a la cintura con una tira. 

Sé estas interioridades masculinas del bajo pueblo pues mamá -antes que doña Juanita de Aguirre Cerda, Primera Dama de la Nación , empezara dar regalos para Navidad- se les regalaba a los trabajadores camisas y calzoncillos, pero de fábrica, sin el alegre logo posterior. Eran de un grueso género llamado tocuyo, además un cartón de cigarrillos “Gangas”. Las camisas eran cuadrillé de colores vivos, sin cuello, sólo con una pieza abotonada por cuello. A las mujeres se les regalaba un corte de percal para blusa, un kilo de yerba mate y un kilo de azúcar; a las niñas unas muñecas bastantes feecitas de cartón piedra y a los varones, pelotas y para todos, dulces y a cada familia un paquete de carne de cazuela.

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