jueves, 6 de noviembre de 2008

Veterano de la Gran Guerra ha fallecido en Villa Alegre

El lunes 1º de noviembre ha fallecido en mi pueblo, Villa Alegre de Loncomilla, don Rodolfo Ladurner Toggler a los 88 años de edad. Lo que podría ser una noticia anodina y esperable es destacable por haber sido él, durante la Segunda Guerra Mundial, un distinguido soldado del Ejercito Alemán, miembro del Afrika Korps -división de élite en una Fuerza Armada extraordinaria.
Nacido en el Tirol -Austria- su dominio del italiano y dialectos tiroleses le sirvió para ser adscrito como radiocomunicador y traductor bajo el mando del Mariscal Rommel, por quien siempre guardó una profunda veneración y respeto.
Luego de la retira de Africa y muerte de Rommel fue destinado al transporte de carga y municiones entre Alemania e Italia, misión terriblemente riesgosa en una situación de suyo complicada.
Hastiado de Europa, sus conflictos, sus miserias físicas y morales, se vino al último país del mapa y recaló en este pequeño pueblo que lo acogió con simpatía y respeto permitiéndole olvidar el horrible paréntesis que fue en su vida el conflicto en que se vio envuelto, como todos los jóvenes alemanes de su edad y generación.
Con tesón y modestia se labró una situación económica holgada que le permitió vivir tranquilo sus últimos años. Contrajo matrimonio en la zona y nunca comentó su paso por la guerra, sabedor que esos acontecimientos tremendos eran irreales para quien vivió en un mundo rústico y apartado.
Sus últimas semanas de vida se vieron ensombrecidas por la pintura de signos nazis en su casa. Sentía temor que le tildaran de criminal de guerra para ganar una recompensa, sin tomar en cuenta que sólo fue un muchacho más entre tantos millones, que fue llamado a cumplir su obligación con la patria y que si estaban inscritos en las organizaciones juveniles era a causa de los tiempos más que por ideología.
Viajó en diversas ocasiones a Europa y prefirió regresar a una comunidad simple donde encontró paz y alegría y que lo acogió como lo que era: un ser humano.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Recopilando con la Familia en mis 80 Años

PALABRAS DE LA TATAY POR LOS OCHENTA


El llegar a este cumpleaños da licencia para ser impertinente, al decir de una prima de mi padre, pero no teman que les de una prolongada lata, solo es el natural deseo de agradecer esta hermosa reunión, el cariño, preocupación y organización requerida.

No puedo dejar de dar gracias a Dios al verles aquí reunidos, mis seis hermosos, generosos y vivaces hijos, mis lindas nueras tan atentas y respetuosas, a Nelson, verdadero hijo político pródigo de hospitalidad, a mi hermana presente a mi lado en alegrías y tristezas, a mis amados nietos, cada uno con un especial lugar en mi corazón y a Mariana y Sofía que lo han ensanchado más aún.

Dicen que los viejos son sabios, de lo que no tengo mucha certeza, tal vez la sabiduría consista en haber aprendido a golpes algunas lecciones básicas y que como cada uno las debe ir adquiriendo rudamente, se mira como sapiente a quien por fin las asimiló.  Entre lo poco aprendido les uedo confiar que se que no todo es blanco o negro, qe siempre se puede encontrar bondad en la gente.  A estas alturas se ha aprendido a aceptar, muchas veces a regañadientes, las cicatrices de las escaramuzas de la vida y que esta sin asomos de ternura y humor es un desierto muy duro de atravesar.

Miro a la generación que me releva y les veo como firmes cimientos para las que vienen a la zaga; Ale y Nelson con su entrañable unión, ejemplo en tiempos veleidosos; Sole con su alegría y generosidad; Iván y Elena con su firmeza y perseverancia han remontado duras pruebas y cumplido altas metas; René arrostrando valientemente su duro camino; Pía tan luchadora, tenzas y espontánea; David y Vero padres cariñosos y dedicados son un hermoso ejemplo para mis nietos y los chiquitos.

A los nietos les puedo decir que no le tengan miedo a la vida ni a dar vida, que las dificultades siempre pasan y se olvidan.  si la vida les da tiempos duros no lo lamenten, vean en ellos la oportunidad de fortalecerse y crecer, les quedará la satisfacción de haber sido capaces de vender la adversidad y si son casados, el enfrentar juntos las crisis les dará mayor solidez a su compromiso al mantenerse unidos.

Les agradezco su trato siempre deferente, cariñoso y respetuoso, de mis hijos no he recibido una palabra ruda y si alguna vez han tenido que hacerme alguna observación ha sido con tino y respeto.

Les sugeriría que sería algo muy lindo que trataran de juntarse todos en la vieja casa familiar, tal vez por los días del aniversario del Viejo que cae en éopoca más suelta para todos.

Desde lo m´s profundo de mi corazón le doy gracias a Dios por todas las bendiciones que prodigó en mi vida y de ellas la más especial, hermosa y bendita son ustedes, mi familia.


lunes, 19 de mayo de 2008

Mis palabras para el doctor José Ilic Toro

El doctor José Ilic Toro vino el viernes 10 de mayo de 2008 -hace sólo nueve días atrás- a Villa Alegre por expresa petición suya a sus hijos. Vino a despedirse sin saber que había agendado una cita con el destino al desear reunirse con las personas que tanto lo estimamos y tanto le debemos por una u otra razón en el pueblo. A sus 92 años muchos de nuestros hijos fueron recibidos por sus manos; fuimos escuchados en nuestras angustias, o consolados en nuestros dolores.

De regreso a Curicó donde residía, luego del almuerzo en su honor, en que le dije las palabras que transcribo a continuación, el doctor tuvo un accidente carretero frente a la localidad de Maule, perdiendo la vida él y su segunda esposa. (QQ.EE.PP.DD).

Releyendo mis palabras, más me alegro de haber tenido la ocasión de expresarlas, pues fue sin quererlo una despedida más definitiva que la que comprendíamos que se estaba llevando a cabo. Ojalá sus hijos o sus nietos tengan ocasión de recuperarlas acá, pues son sinceras.


Amigas, amigos:

Hemos llegado hasta aquí en una especie de peregrinación de afecto y nostalgia, saludamos a don José Ilic, Pepe o El Doctor en exclusivo singular con quien a todos los presente nos ligan ataduras de gratitud por su constante asistencia en diversas circunstancias de nuestras vidas.

Villa Alegre le vio llegar en plena juventud a dirigir la Casa de Socorros y su vida se entrelazó con todos los villalegrinos, compartiendo logros y miserias. Fueron largos años de exclusiva atención con jornadas extenuantes, con contados medios sanitarios en que no faltó a su juramento y desde el pudiente señor hasta el más modesto, siempre recibieron la atención que su salud requería.

Su palabra sabia fue consuelo en momentos de duelo y sin que fuese enseñado en una
cátedra, él sabía del inmenso y misterioso poder que tiene el estrechar una mano en momentos de angustia.

Su asistencia en nuestros alumbramientos era garantía que todo iría bien para nuestros hijos y nosotras. Su consejo ayudó a muchas mujeres a apreciar el don de una nueva maternidad y a quienes no fueron madres a aceptar su camino sin amarguras ni rebeldías.

Fue un arca sellada para secretos familiares dolorosos o vergonzantes y en la época de oro de los médicos, prefirió quedarse en nuestros pueblo haciendo lo que sabía: ser
médico de cuerpos y espíritus. Al capacitar a su personal en tiempos que no era usual, formó un equipo de excelencia que vive en nuestro recuerdo.

Es probable que se puedan contar los niños que ayudó a nacer, las vidas que salvó, pero la calidad constante de su ayuda y dedicación no puede medirse y su ejemplo dejó una valla muy alta a quienes le siguieron en la dirección de lo que fue el Hospital.

Doctor: Parece que la naturaleza nos acompaña en este día otoñal, terminaron las floraciones, el germinar de los frutos y comienza la recolección con sus maravillosos colores. Así ha sido también la vida, atrás quedaron las ilusiones que no cristalizaron y otras que maduraron, ahora se cosecha. El invierno ya llegará pero lo enfrentará con la satisfacción de haber sido alguien que dejó una profunda huella de solidaridad, amor, esperanza y gratitud en este pueblo y su recuerdo perdurará mientras exista algunos de los muchos que ayudó a llegar al mundo. Usted hizo, efectivamente, camino al andar.