miércoles, 25 de noviembre de 2009

Cuento para una noche tormentosa


Para saber y contar y escuchar para aprender, eran que se era una tarde de mucho ajetreo en el cielo. La Virgen deseaba hacer unos cambios en la disposición de los muebles y citó a varios angelitos para que cooperasen en mover aparadores, sillones, palios, escabeles y roperos.
Entre los llamados había dos muy vivarachos que siempre andaban metidos en problemas; no eran malos (¡no podían serlo siendo habitantes del cielo!) sino que atarantados, o sea que no pensaban en las consecuencias de sus travesuras. Uno era Tinito y el otro Epa, cuyo nombre real era la Epaminondas, un nombre largo y muy serio para un pequeño angelito constantemente metido en problemas. Del otro nombre nadie recordaba el origen, por Tinito quedó en el libro de oro de San Pedro y no había razón para andar haciendo más averiguaciones.

Con San Pedro vivían en constantes escaramuzas, a veces le pasaban páginas de su listado y se desordenaba la fila de los que recién llegaban y deseaban entrar rapidito al cielo. Otras veces se escapaban a la tierra y regresaban despeinados, con la aureola chueca sobre sus cabezas y con la hermosa túnica fulgurante completamente entierrada, seña segura que habían cooperado con los jugadores de un deporte inventado recientemente, hacía un par de horas celestiales y que llaman fútbol. Al momento de comentar, los relatores de la tierra decían que ese equipo había jugado como los ángeles, mientras ellos reían felices sentados en la nube más blanca comentando los pases logrados.

El día en que se les pasó la mano en sus travesuras fue cuando escondieron el libro de la portería, aprovechando que san Pedro dormitaba, en un momento que no había llegado nadie. Poco le duró la siesta pues se comenzaron a agolpar las almas; algunos empujaban, había jóvenes que gritaban pidiendo prisa, muchos esperaban mansamente y callados, tal como lo hicieron en la tierra. De inmediato san Pedro calculó quienes eran los autores del desaguisado y les trajo de un ala y de cada coscacho recibido, volaban varias plumas. El castigo fue severo pues les mandó a ordenar la fila y que le explicaran a cada uno la causa del atraso, como venían llegando de la tierra, no conocían los modales celestiales, recibieron retos, pellizcos, malas palabras y más tirones de ala, luego san Pedro les mandó ponerse de cabeza por dos segundos en la nube más negra. Todos sabemos que en el cielo una hora son 60 años, un minuto es un año y un segundo es..... bueno, otro días sacamos cuentas, pero es un castigo severo y la Virgen que les quiere mucho y anda siempre tratando de disculparles sus travesuras, también les regañó y eso sí que les causó pena y arrepentimiento por su trastada. Como son alegres y optimistas, mientras cumplían su castigo, movían las patitas y flexionaban las piernas acompasadamente en un baile imaginario.

Cuando realmente recuerdan que son ángeles es al momento que santa Cecilia les llama para cantarle al Señor y sus voces son unas campanitas de oro, plata y cristal que entonan la felicidad de estar pra siempre cerca de Dios y al oirlos hasta san Pedro les sonríe.

Como aman profundamente a la Virgen, están felicies cuando les manda trasladar los muebles pero no miden sus fuerzas y al arrastrarles, derriban los grandes roperos y alacenas y entonces es cuando retumba el cielo y en la tierra dicen "Está tronando" pero es la cooperación ruidosa de Tinito y Epa a la mudanza. al verlos de tan buena voluntad, la Virgen sonríe con dulzura y su risa se vuelve lluvia que riega los campos y todo florece y ella piensa "no son traviesos, son atarantados".

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado, pasó por un zapatito roto para otro día contarles otro.

NOTA: Si quieren conocer a Tinito y Epa, vean unos cuadros del pintor Rafael donde les tomó de modelo.

(No le digan a nadie, pero yo se los muestro acá si pinchan este enlace*)

Dedicado a mis nietecitos Ignacito, Vicentín y Martina, mis bisnietitos Sofía, Isabel y Arturo y para todos los que vengan. Con cariño su vieja TATAY