lunes, 19 de mayo de 2008

Mis palabras para el doctor José Ilic Toro

El doctor José Ilic Toro vino el viernes 10 de mayo de 2008 -hace sólo nueve días atrás- a Villa Alegre por expresa petición suya a sus hijos. Vino a despedirse sin saber que había agendado una cita con el destino al desear reunirse con las personas que tanto lo estimamos y tanto le debemos por una u otra razón en el pueblo. A sus 92 años muchos de nuestros hijos fueron recibidos por sus manos; fuimos escuchados en nuestras angustias, o consolados en nuestros dolores.

De regreso a Curicó donde residía, luego del almuerzo en su honor, en que le dije las palabras que transcribo a continuación, el doctor tuvo un accidente carretero frente a la localidad de Maule, perdiendo la vida él y su segunda esposa. (QQ.EE.PP.DD).

Releyendo mis palabras, más me alegro de haber tenido la ocasión de expresarlas, pues fue sin quererlo una despedida más definitiva que la que comprendíamos que se estaba llevando a cabo. Ojalá sus hijos o sus nietos tengan ocasión de recuperarlas acá, pues son sinceras.


Amigas, amigos:

Hemos llegado hasta aquí en una especie de peregrinación de afecto y nostalgia, saludamos a don José Ilic, Pepe o El Doctor en exclusivo singular con quien a todos los presente nos ligan ataduras de gratitud por su constante asistencia en diversas circunstancias de nuestras vidas.

Villa Alegre le vio llegar en plena juventud a dirigir la Casa de Socorros y su vida se entrelazó con todos los villalegrinos, compartiendo logros y miserias. Fueron largos años de exclusiva atención con jornadas extenuantes, con contados medios sanitarios en que no faltó a su juramento y desde el pudiente señor hasta el más modesto, siempre recibieron la atención que su salud requería.

Su palabra sabia fue consuelo en momentos de duelo y sin que fuese enseñado en una
cátedra, él sabía del inmenso y misterioso poder que tiene el estrechar una mano en momentos de angustia.

Su asistencia en nuestros alumbramientos era garantía que todo iría bien para nuestros hijos y nosotras. Su consejo ayudó a muchas mujeres a apreciar el don de una nueva maternidad y a quienes no fueron madres a aceptar su camino sin amarguras ni rebeldías.

Fue un arca sellada para secretos familiares dolorosos o vergonzantes y en la época de oro de los médicos, prefirió quedarse en nuestros pueblo haciendo lo que sabía: ser
médico de cuerpos y espíritus. Al capacitar a su personal en tiempos que no era usual, formó un equipo de excelencia que vive en nuestro recuerdo.

Es probable que se puedan contar los niños que ayudó a nacer, las vidas que salvó, pero la calidad constante de su ayuda y dedicación no puede medirse y su ejemplo dejó una valla muy alta a quienes le siguieron en la dirección de lo que fue el Hospital.

Doctor: Parece que la naturaleza nos acompaña en este día otoñal, terminaron las floraciones, el germinar de los frutos y comienza la recolección con sus maravillosos colores. Así ha sido también la vida, atrás quedaron las ilusiones que no cristalizaron y otras que maduraron, ahora se cosecha. El invierno ya llegará pero lo enfrentará con la satisfacción de haber sido alguien que dejó una profunda huella de solidaridad, amor, esperanza y gratitud en este pueblo y su recuerdo perdurará mientras exista algunos de los muchos que ayudó a llegar al mundo. Usted hizo, efectivamente, camino al andar.