miércoles, 28 de julio de 2010

Veinterriales, lecturas y suscripciones, educación difícil



Esta versión de Heidi NO es la que yo leía, pero es la que conocieron mis nietos

Como podría olvidar a un personaje de nuestra niñez que apodaban “El Veinte Reales” y que pronunciábamos como “veinterriales”. Era una persona que parecía sacada de un cuento. Le faltaba un brazo y medio pie así es que usaba una especie de zueco de suela y la manga de la chaqueta le flotaba, hirsuto de mechas, de ojos rojos, perpetuamente a medio filo, furibundo, llegaba al infierno cuando se le daba su mal nombre (si es que tenía uno cristiano nunca lo supimos) montaba una mula tan mañera como su dueño, que espoleaba con furia cuando con Wanda y el Chalo, desde la seguridad del portón de nuestra casa, le gritábamos “Veinterriales-veinterriales”, al mismo tiempo que le hacíamos “las tamañas” como se les decía a la denigrante seña cabalística pero cuyo significado, ignorábamos totalmente.

El “Veinterriales” negociaba en animales y arrendaba un potrero vecino a nuestra casa y nuestro único temor era encontrárnoslo en el camino y que nos correteara con su mula de pesadilla. Decían que había perdido sus miembros en un accidente provocado para que el FFCC le pagara. Vaya uno a saber la verdad.

Según sé su mote se debía a la ocasión en que se fue a emplear y al tratar el sueldo ofertado -15 PESOS- pero él dijo que se ocupaba por arcaicos "veinte reales", sellando su destino y sepultando su nombre cristiano.
***

En nuestra casa había abundancia de libros. Eran ediciones económicas de la editorial Nascimiento o Ercilla pero que nos permitían estar al tanto de las últimas novedades literarias. Los autores de ese tiempo no se refocilaban en descripciones altamente eróticas así es que eran aptas para todos público. Había escritores de primera fila como Kipling, Stevenson, Dostoiewski  o Mark Twain y muchos que eran de menos fama pero buenos como Maugham, Cronin y muchos que se me escapan.

Teníamos suscripciones de revistas para todas las edades. “Margarita”, “Familia” y “Paral té” eran de mamá: “Roji-Negro” y “El Peneca” eran de Olito, mi padre, esta última muy disputada con el elemento infantil,

Quecha recibía una de formato pequeño llamada “Aventura”. El Tito recibía el “Popular Mechanics” editado en castellano y cuando salió el “Readers”, pese a ser un instrumento de propaganda según Olito, no se dejaba de comprar.

Imposible  no recordar la desaprensión de nuestros padres respecto a nuestras andanzas. Salíamos a los potreros, nos bañábamos en calzones en cualquier acequia, comíamos fruta verde con sal, pasábamos frente a perros desconocidos sin asomo de miedo. Éramos los “chiquillos chicos” de quienes no había por qué preocuparse.

Mis hermanos Wanda y Chalo eran especialmente cerriles, yo era más reservada, me gustaba aislarme a leer y leer lo que caía en mis manos. Muchas partes no entendía y me desagradaba que en lo único en que pensaran fuera en el amor pues lo encontraba una lata. Entre los autores para niñas de 12-15 años, edades aún consideradas de niñez, había autores como Delly –escribidor de novelitas rosa con puras ladies muy puras- ¡cómo caería muerto otra vez si resucitara! Florence Barclay, de empalagosos novelones pero más aterrizados; Eugenia Marlit, alemana de fines de siglo 19, con lindas historias. Johanna Spiry, no recuerdo cuanto, con Heidi sin cachetes colorados ni "Abuelito dime tú", pero encantadora e inolvidable, leída en arriendo constante en las monjas alemanas.

Clases sociales del campo chileno. Servicio doméstico.

Seguimos con los recuerdos de mi madre que de otro modo se perderían. Ahora le toca a una meditación que no se daba cuando sucedía porque a nadie le importaba demasiado. Las cosas no eras seccionadas como ahora, y si bien hubo injusticias establecidas, también hubo bondad, preocupación y sobre todo una relación más humana, poco comprensible con parámetros actuales.

Este prólogo es mío. Ale.


No podría olvidar el profundo respeto de toda la gente hacia nosotras por el sólo hecho de ser “las señoritas” o para nuestros trabajadores “las patroncitas”. Niñas y niños podían andar por caminos despoblados o por los potreros sin que se nos pasase por la mente que hubiese algún peligro en la persona, ni siquiera en la mirada del hombre que pasaba –incluso borrachos decían, perdone patroncita como voy y se sacaban el sombrero- una contestaba –gracias, siga su camino. 

Visto con ojos actuales esa servidumbre les coartaba sus potenciales de voluntad pero quienes les despojaron de ella, sólo les dieron a cambio un discurso de odio, codicia, envida y amargura que no les aportó más que el paroxismo de ira en que reventó todo.

Ahora, con algo de sociología, sin poder jactarme de mucho conocimiento, podemos pensar que nací en una clase agraria media-alta. Íbamos a colegios de pago de primer nivel, nuestra ropa era de muy buena calidad, raras veces de géneros nacionales, exceptuando paños de Bellavista-Tomé. Teníamos una casa elegante, la vajilla francesa “Blue de roí”, cuchillería Christofle y cristalería Val Saint Lambert. Los amoblados aún se pueden apreciar en las casas de los descendientes. 

Con abundante servidumbre: había una cocinera, una niña de mano o sea, la que hacía aseo, camas y servía a la mesa. Para los niños estaban las nanas encargadas de vestir, mudar, dar de comer y hacer dormir al infante, la Carmela era la de Wanda y Rosa Gutiérrez, la del Chalo. El mozo de los mandados tenía asignado un caballo y se encargaba de picar leña, bombear agua del pozo y acarrearla a la cocina, lavar los patios y sacar la leche.  Por si fuera poco, había una cocinera de los trabajadores que funcionaba fuera de la casa. 

Cuando se necesitaba iba la Laura a coser sábanas, calzones, manteles de cocina, vestidos, en fin. Así éramos pero nadie se fijaba en esas categorías y uno era sencillo sin ser amigo pero sin altanería sabiendo cada uno su lugar. 

Es cosa de estos tiempos la estratificación tan feroz que se ha instalado en la mente y corazón de la gente. La ropa se mandaba a lavar fuera y había una lavandera para la ropa de los niños y otra para la de la casa y adultos, se pagaba por docena y era una cuenta muy alambicada  pues una sábana eran dos piezas, cuatro servilletas = 1 pieza y los monstruosos manteles de la mesa eran 4 piezas. Confieso que yo no hubiese lavado a mano y planchado esos inmensos manteles a menos que hubiese sido otro el trato pero esas pobres mujeres aceptaban el trato corriente pues mi madre no era abusiva con la servidumbre, al contrario, siempre fue una pionera de la cuestión de la ayuda social.

Higiene, regalos navideños, hospitalidad campesina, ropa rústica

Continuando con la serie "Recuerdo que..." hago la segunda entrega de los recuerdos de mi madre. Ella los escribe a mano y mi hermana Pía los transcribe para subirlos. YO, con la venia de mi mamá, retoco algunos términos que pueden ser confusos, o algo de la sintaxis o puntuación por el mismo motivo, pero hecho con todo respeto para la autora.


Recuerdo también lo no tan idílico ni bucólico -el desaseo de la gente- niños hirsutos llenos de piojos con los mocos colgando. Pese a las deficiencias de la educación pública, a lo largo de los años  ha logrado inculcar hábitos de higiene y deseo de vivir de un modo más decente. 

¿Podría olvidar a los niños de 1 a 3 años vestidos con una camisola de lona harinera, “pioncos” o sea sin calzón ni pañal haciendo sus necesidades donde les viniera en gana sin complicaciones de ropa que lavar? A veces era necesidad y muchas otras solamente flojera de madres chasconas y abúlicas esperando que el marido trajese “la ración” o sea el litro de porotos  guisados que se les entregaba en su lugar de trabajo a la hora del almuerzo. Muchas otras sí se preocupaban de sus casas, siempre afanando en su huerta donde no faltaban las coles para mejorar los porotos, acelgas, cebollas, ají, ajos y cilantro. En sus gallineros proliferaban los pollos y gallinas de cogote pelado con justa fama de ser buenas madres, también las trintres o sea con las plumas desordenadas que les daba un aspecto crespo y divertido. 

Recuerdo con afecto su sencilla hospitalidad campesina, al llegar siempre ofrecían agua con harina tostada servida en unos vasos grandes llamados “potrillos”. Tenían unas toscas banquetas y unas mesas que eran un cajón azucarero vuelto al que añadían patas. Cubrían la mesa con una carpeta de lona harinera, artículo proveedor de infinidad de prendas del ajuar hogareño. De ahí salían sábanas y fundas, camisas y calzoncillos, enaguas, toallas y calzones, delantales, manteles, cortinas y más de alguna mortaja. 

Esas bolsas eran de algodón de muy buena calidad, así es que duraban mucho, la desventaja podía ser que en la intimidad se leyera “molino tal” en el trasero del dueño de los calzoncillos, que eran de pierna larga, atados con una tira al tobillo, sin marrueco ni botones. En el delantero tenían una pieza triangular que se ataba a la cintura con una tira. 

Sé estas interioridades masculinas del bajo pueblo pues mamá -antes que doña Juanita de Aguirre Cerda, Primera Dama de la Nación , empezara dar regalos para Navidad- se les regalaba a los trabajadores camisas y calzoncillos, pero de fábrica, sin el alegre logo posterior. Eran de un grueso género llamado tocuyo, además un cartón de cigarrillos “Gangas”. Las camisas eran cuadrillé de colores vivos, sin cuello, sólo con una pieza abotonada por cuello. A las mujeres se les regalaba un corte de percal para blusa, un kilo de yerba mate y un kilo de azúcar; a las niñas unas muñecas bastantes feecitas de cartón piedra y a los varones, pelotas y para todos, dulces y a cada familia un paquete de carne de cazuela.

martes, 27 de julio de 2010

Recuerdo que...... Las comunicaciones antes de la TV e Internet

Comienza acá una nueva sección llamada: Recuerdo que.... formada por cosas que voy recordando sin un hilo conductor muy planificado, pero que dan noticias de unos tiempos ya idos con una velocidad vertiginosa, más rápido mientras más años pasan.


Un mundo casi sin crónica roja. A veces se sabía de robos en un gallinero donde los chuzcos ladrones dejaban su aviso destacado “a las dos de la mañana quedó viudo el gallo”. 


En otras ocasiones eran crímenes horribles como el del Chacal de Nahueltoro en que un limítrofe mató primero a la madre (que le había dado pan y cama) y luego a cinco niños “para que no sufrieran huachitos*” fue su explicación. 


De este tipo de informaciones se encargaba la revista Vea que escarbaba por todo Chile para encontrar las noticias más truculentas. Los diarios serios, como  El Mercurio y el Diario Ilustrado, no descendían a esas informaciones.


En un planeta sin TV, sólo la radio nos comunicaba con el mundo y era realmente un canal de cultura, con locutores de exquisita y natural dicción, con conferencistas, o charlistas, como se les llamaba. Desde muy pequeña recuerdo a mi papá sintonizando a un argentino apellidado Soiza Railly. 


Durante la 2ª Guerra, oíamos en onda corta a la Deutshe Welle con las informaciones siempre optimistas de los frentes donde se desangraban millones por ambas partes. Parece que tengo en mis oídos las campanadas con que daban cuenta de la cantidad de barcos hundidos al enemigo. Expectación especial merecían los partes de la campaña de África donde mi héroe –Rommel- era un dios. 


Gracias a la radio adquirí el gusto por la música clásica, sin despreciar tangos ni boleros que al bailar nos permitía una cercanía totalmente vedada para niñas bien y esto sin permitirse un abrazo demasiado estrecho pues siempre había una madre, tía o solterona que con una mirada ponía 10 cm de distancia entre la niña y el varón con arrestos de don Juan. 


En la radio había emisiones de conversación, ayuda social, consejos y comentarios de actualidad que se llamaban “La hora de”; entre las más famosas estaba la de Mariíta Bürhle y Nibaldo Iturriaga. Ella era hija de una pareja de comediantes de buena familia que dieron el feroz campanazo “de dedicarse a saltimbanquis, por Dios niña”. Hay una calle en Vicuña Mackenna que se llama Arturo Burhle. Ella era Elena Puelma. 


Estaba Ramón Prieto con “La hora de las dos horas”, la escuchaba a diario a la hora de la siesta cuando nadie disputaba la radio. El leía obras clásicas y así uno adquiría un poco de cultura, aprendiendo a hablar de una manera más educada y no solamente con los giros propios de la ruralidad circundante.


Muchos años después, viviendo en Santiago, a última hora de la noche, Beco Baytelman, padre de Schlomit, leía pasajes de escritores modernos, los sudamericanos, del realismo mágico y ese tipo y era una buena compañía que a esa hora de absoluta paz y soledad, tenía el poder de llevarme a mundos más amables y acordes con mi ser y sentir.

*Huacho, huachitos= huérfanos

domingo, 14 de marzo de 2010

Epa y Tinito en una delicada misión



Una vez más Tinito y Epa estaban en problemas, a su modo de ver, dificultades totalmente injustas o de mala interpretación, pues al escucharse con calma sus razones estas serían comprensibles, de peso y clara realidad.

Todo empezó temprano con una aglomeración que se produjo a las puertas del Cielo. Por aquellas absurdas causas terrenales se juntaron cientos de candidatos y san Pedro estaba totalmente sobrepasado en anotarlos con su tinta de oro y bella caligrafía: Tinito y Epa son comedidos, sacaron agua de una bella nube rosa y la añadieron al estanque tintero pensando que al ser mas delgada la capa de oro se podría acelerar la escritura y completar rápidamente el trabajo, san Pedro quedaría desocupado y ellos averiguarían si entre los recién llegados habría un goleador, refuerzo que ello necesitaban urgentemente en su equipo de fútbol.

En su inicio no se notó el cambio, pero lentamente empezaron a palidecer los listados. San Pedro suspiró, restregó sus ojos, acercó la nariz al Libro, rascó su cabeza mientras la movía desconcertado pensando que había sucedido lo imposible: estar viejo, achacoso y cegato en el Cielo. Afortunadamente, a un querubín ayudante se le ocurrió ir a ver el estanque descubriendo la causa del desaguisado.

Ya conocemos los pasos a seguir: san Pedro indignado, acusaciones ante el consejo y penitencia para los culpables. En atención a que fue sin afán de travesura pero con interés de beneficio, se les mandó que por 5 minutos –tiempo del Cielo- volver a la tierra y buscar a quién hacer feliz.

Antes de partir a su misión hubieron de pasar por el taller de vestuario y ornato, permitiendo que las angelitas compusieran túnicas, sandalias, alas y aureolas siempre a maltraer a causa de los movidos partidos disputados. Mortificante era el aguantar la semi sonrisas y la musiquita entonada entre dientes por las diligentes angelitas, que si bien no se reían de ellos (algo de extrema grosería en la etiqueta celestial) sabían que sus atuendos servirían de ejemplo de cómo no debe presentarse un angelito.

Entre recomendaciones y abrazos de los del equipo de fútbol partieron renuentes a la tierra, pues aún recordaban su traumática experiencia con Peyo y Payo, revoltosos gemelos que ayudaron a cuidar algún tiempo.

Volaron mirando por plazas, casas y colegios encontrando mucha gente que no se sentía feliz, pero en general, su desdicha partía por codicia o envidia de bienes materiales causa que ellos mismos podían corregir siendo severos con su conciencia.

Volando, volando, quedaron enganchados en una cancha de fútbol en que se desarrollaba un interesante partido entre equipos de muchachitos de 10 a 12 años. Recordando su misión, no dejaban de mirar por si encontraban a alguien a quién ayudar, fijándose en un niño sentado en una silla de ruedas que miraba al resto de sus compañeros con una cara tristísima. Como pueden penetrar los pensamientos le escucharon decir: _¿Ay, ¿por qué no podré jugar? Sería tan lindo tomar la pelota, dejar atrás a uno, dos, tres jugadores y meter un gol con pelota, portero y dos defensas de yapa, pero acá estoy encadenado a mi silla al borde de la cancha_ Sabiendo que era un deseo puro, sin celos ni envidia, comenzaron a idear como ayudarle pues no estaba sn autorizados para hacer milagros espectaculares. Mientras pensaban y pensaban, los parciales metieron un gol de media cancha (nosotros sabemos que Epa contribuyó con su celestial puntapié para alegrar a Pepito, que así se llamaba el niño). El chico reía y aplaudía feliz, coreando las canciones del equipo. Con el celestial oído de nuestros amiguitos que les encanta cantar, captaron la belleza de su voz y lo afinado de su tono. Rápidamente, insinuaron al director del equipo que se acercara a decir algo a Pepito, escuchándole y de inmediato le nombró jefe de la barra con guaripola, uniforme y pompones incluidos. ¡Y aquello fue felicidad pura! En los sucesivos partidos Pepito era el primero en subir al bus, e instalarse en la cancha pues sus compañeros aseguraban que les traía suerte con sus estimulantes cánticos. Más de una anciano decía con voz grave al escucharle_” A este niño, le ha besado un ángel”_ ¿y Tinito y Epa.? Miraban desde el borde del acampo deportivo saltando felices con los triunfos y como son ángeles no podían decir “árbitro saquero” sino que murmuraban : _”Señor árbitro”_ con muy agrio tono cuando no estaban de acuerdo con la sanción.

Cumplida su misión regresaron al Cielo, retomaron sus obligaciones en el Aleluya Fútbol Club, enseñando nuevas tácticas de ataque y defensa aprendidas en su obligada estadía terrenal.

Y colorín colorado este cuento se ha  acabado; pasó por un zapatito roto ¡y otro día les cuento otro!…..

domingo, 7 de febrero de 2010

Epa y Tinito con los gemelos






No hubo que decirle nada a San Pedro, de lejos vio el fulgor de la flamígera espada de San Miguel Arcángel. Sabia que algo gordo sucedía pues ese lugar recóndito era severamente custodiado y casi nadie lo visitaba. Ahí se guardaban las reliquias antiguas y objetos del corazón como las Tablas de la Ley, el Arca de la Alianza, las Siete Trompetas de Josué y una caja traída por los reyes magos donde la Virgen guarda sus tesoros de mamá: los primeros zapatitos de Jesús Niño, un diente de leche, y alguna camisola.......

Hay una sección de siete sellos donde se guardan unas largas y hermosas trompetas jamás usadas y cuyo destino es en la mente de la Santísima Trinidad. Al ser tan importante esta misión les está encomendada a San Miguel Arcángel, Santiago Apóstol y San Jorge, todos de probadas aptitudes guerreras y armados con espadas de llamas.

Cuando San Pedro se dirigía a averiguar que pasaba, casi le atropellan nuestros amiguitos que venían disparados y volando como con hipo pues aun no se les reponían debidamente las alas de la desplumada sufrida luego de su última tratada. Quien mas podría ser sino ellos metiéndose donde no debían? Decía San Pedro. Mohínos y contritos una vez más hubieron de comparecer frente al Consejo que se miraban consternados sin atinar a darles una penitencia que les hiciera adquirir algo de cordura. Ese día estaba la Virgen presidiendo y mientras los santos pensaban una solución para el  caso número treinta de Tinito y Epa, ella con su voz de agua clara dijo: “debemos darles responsabilidades”. “Res... resp... respooonsabilidades?? dijo San Pedro, llevándose las manos a la cabeza y atropellándose la aureola. – Sí, dijo la Virgen, hemos recibido un pedido de auxilio de los Santos Ángeles Custodios de unos gemelos y creemos que Tinito y Epa lo harán muy bien de reemplazantes mientras los titulares regresan por un tiempito al Cielo.

Les enviaron a la sección de Ornato y Reparación, donde las angelitas -entre sonrisitas de desaprobación y caras mohínas de los afectados-  les terminaron de arreglar las alas para tener un vuelo adecuado a su misión.

Partieron felices y muy dispuestos a cumplir perfectamente. Mas que penitencia parecía premio; cooperarían con los titulares ayudándoles a mantener sanos y salvos a un par de niños encantadores; podrían tener unos deliciosos partidos de fútbol; les podrían sugerir algunas jugadas del Pulpo Galáctico; mantendrían alejado a Oscuro, un personaje indeseable siempre al acecho. En fin, sería una agradable forma de no molestar a San Pedro y no buscarse problemas.

Al momento de ponerse al lado de sus pupilos Peyo y Payo, fueron rodeados por siete muchachos que les perseguían para pegarles por unas pequeñas diferencias de opinión con los gemelos. Por la tarde, ya sabían que no sería muy pacífica su misión. Peyo tenía un ojo en tinta, y Payo un raspón en el codo, pero los matones habían arrancado con su prestigio disminuido. A los gemelos, el fútbol no les interesaba, les gustaba otro deporte que practicaban, con unos trajes que parecían inflados y unos cascos con rejas. Todos partían en estampidas para caer amontonados, sobre los descalabrados Tinito y Epa, que, aunque no sienten dolor, quedaban con sus túnicas y alas en la miseria. Otros días iban a un lugar donde luchaban, pateaban, gritaban y salían disparados por los aires, y ahí debían estar prontos para ponerse de colchón para amortiguar los porrazos de sus protegidos.

Su esperanza era que cuando se fueran a dormir los muchachos tendrían una pausa de volar y vigilar sin pausa ni descanso. Vana ilusión, pues eran sonámbulos, y trepaban árboles y tejados como gatos perseguidos por una jauría. 

De Oscuro nunca se supo, pues su malicia y astucia sabía que más valía mantenerse lejos de ese potente huracán que eran los gemelos. De vez en cuando los afligidos ángeles miraban al Cielo con la esperanza de ver retornar a los titulares. Y así pasaba el tiempo entre carreras,soponcios, y apachurramientos, mientras ellos cumplían fielmente su misión con increíble responsabilidad, tal como dijo la Santísima Virgen.

Llegó el momento en que retornaron los titulares, muy repuestos y arreglados por los de Ornato y Reparación, y ellos pusieron emprender el retorno al Cielo. ¡Ay, el Cielo!, ¡Ir de nube en nube y recostarse en un arrebol!, ¡Jugar con un arco iris, cantarle al Señor, convidarse con el Pulpo a un buen partido de fútbol!, ¡Saber que las plumas resplandecen, las alas tersas, la túnica en su lugar…! No molestar a San Pedro. Pero, ¿saben algo? San Pedro extrañaba el suspenso de los correteos de los pequeños, y pensaba que en algún momento iban a volver a meter su nariz en su portería, con sus buenos propósitos olvidados en el baúl de los recuerdos.

Epa y Tinito juegan al fútbol en el Cielo


Hacía un instante que algo incomodaba a San Pedro.  Esa era la sensación que se siente en el estómago cuando algo no anda bien, ignorándose el motivo. Como sabemos, los instantes celestiales equivalen a dos o tres días, y él cavilaba repasando sus pasos y acciones de esos momentos y más se enredaba pues habían sido días corrientes de arribo de los elegidos para gozar del Cielo. Caso muy raro, hasta nuestros amiguitos Epa y Tinito ni se asomaban a saludar a los recién llagados, ¡CASO MUY RARO!. San Pedro paró tan súbitamente su frenético paseo que sus llaves tintinearon de tal forma que el ángel Ayudante Seleccionador acudió presuroso pensando que sería una grave emergencia, y sí que lo era! Un poco más tranquilo pidió a un ángel mensajero que ubicara a ambos angelitos y los trajese con urgencia a su presencia.
Mucho demoró en la diligencia pues estaban en un lugar bastante remoto. Se veían radiantes de felicidad golpeando con el pie una pelota de nubes, enviándola a las manos de un angelito moreno parado bajo un pequeño arcoíris. Al darles el recado abrieron mucho los ojoso, suspiraron y tomados de la mano con el negrito se presentaron ante San Pedro. – Y este ángel, ¿quién es que no lo conozco? Tinito con un hilo de voz le presentó al Pulpo Galáctico - ¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo? gritó San Pedro. Y ahí salió la verdad pura y clara. Su nombre real era Joao Guscelinho Pereira Dos Santos Augernho, brasileño – el mejor meta del mundo, a quien en cientos de partidos no le pasaron más de media docena de goles y de ahí su nombre futbolero. El día que llegó al Cielo ellos estaban cerca, lo reconocieron y conversando y conversando le habían entrado inadvertidamente y desde entonces andaban jugando sin notar cómo había pasado el tiempo.
Esta falta era grave y como ese día había consejo de Santos, allá llegó San Pedro con los traviesos. El Pulpo Galáctico no tenía culpa, así que se quedó en la portería charlando de fútbol.
Una vez expuesta la nueva trastada de los angelitos, los santos estuvieron de acuerdo que merecían una severa sanción; ponerles de cabeza en una nube había demostrado no ser efectivo pues se habían dedicado a inventar bailes. Alguien sugirió retirarles la aureola pero San Isidro Labrador dio una mejor idea al recordar que en la tierra cuando una gallina acostumbra a volarse del gallinero se le recortan algunas plumas del ala para desestabilizarlas haciéndolas caer. Rápidamente se les despojó de una buena cantidad de plumas y se les mandó irse.
Ellos pensaron que había sido sencilla la sanción y trataron de alejarse volando y ahí fue el ridículo celestial. Tinito caía de bruces o de espalda y Epa volaba en círculos o de cabeza y así hubieron de resignarse a permanecer muy sentaditos, mirando como el resto de sus compañeros disfrutaba lanzando pelotazos al Pulpo Galáctico quien quedó definitivamente en el cielo lego de regularizar su entrada en el libro de oro de San Pedro, quien dichoso había olvidado esa incómoda sensación de desorden en su armoniosa portería.

Y colorín colorado…