Desde siempre recuerdo la celebración del 18, antiguamente con mucho jolgorio y una real integración ciudadana. Por supuesto no faltaban ramadas y juegos populares siendo el palo ensebado, la principal atracción, pues en su remate había un codiciado billete de $10. Había campeones de artimañas para hacerse de aquella mágica suma que tal vez les permitiría comprar algo de carne, una camisa, sintiéndose héroes por un día y con poder para gastar algo en las fondas. Los conocedores dominaban los trucos, no se apresuraban por ser los primeros en competir pues sabían que nadie lo lograría al primer intento y así se aseguraban de tener bastante limpia la base del palo. Cuando ya estaba en su punto atacaban los campeones, previamente bien revolcados en la tierra para tener adherencia y descalzos trepaban como monos.
Era ordenanza pintar las casas, lo que no acarreaba gasto pues se hacía una lechada de cal con paleta de tuna y las puertas y ventanas se pintaban con azul añil, usado en el lavado para dejar más luciente el blanco.
Para las señoritas pudientes era casi de rigor estrenar vestidos. Queña Urrutia, una amiga mayor de mi suegra, contaba que a principios del siglo 20, junto con llegar septiembre estrenaban vestido de seda y zapatos blancos. El punto negro de estas fiestas ha sido desde siempre las borracheras con las secuelas que esto trae. Al calor de los tragos se armaban unas peleas espantosas que se resolvían rápidamente a combos y navajazos.
Tengo muy vívido el recuerdo de haber visto a un hombre a la vera del camino con un ojo en la mano, chorreando sangre mientras lo contemplaba incrédulamente. Ahora están más civilizados, se matan con droga o autos desbocados en vez de cuchillos, usan revólveres directo a la cabeza.
No faltaba el desfile. Como no era muy fácil conseguir la banda de la Escuela de Artillería, se echaba mano a lo que había, los boy scouts con sus pitos y tamboriles con un jefe que tenía una corneta, marcaban el compas con todo su juvenil brío. Total casi todos los mayores habían prestado el servicio militar así es que tenían la marcialidad en el ADN. Los escolares limpios y ordenados pues se corría la voz y llegaba alguien con shampoo, jabón, etc.
No había uniformes, las niñas usaban un delantal blanco y los muchachos usaban pantalón corto hasta bien avanzada la pubertad. Desfilaban los huasos, los seis carabineros (no necesitaban estar de servicio pues nadie se desmadraba en ese momento) los taxista, los carabineros jubilados, los tractores y colosos con jovencitos que aprovechaban la ocasión para darle agarrones a las muchachitas.
2 comentarios:
Los olores traen el mayor caudal de recuerdos para mi.
Las Fiestas Patrias no eran las ramadas sino la fragancia de la primavera con la esperanza que todo será mejor, el olor de la pintura, del agua y el aire fresco, las banderas ondeando en cada casa con el viento de la estación.
La alegría de alivianar la ropa dejando atrás lo más duro del invierno, renovar la alegría de vivir.
Todo tiempo pasado no siempre fue mejor, pero si prefiero estas fiestas a la antigua y no llena de juegos eléctricos y electónicos.
¡Que lindo modo de decirlo, Sole!
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