Congreso
Eucarístico
Irma Rodríguez Nuss
Octubre 2011
In illo
tempore, a raíz del gran congreso eucarístico de más o menos los años 40 ó 41,
por la época en que murió don Pedro Aguirre Cerda, hubo una verdadera fiebre
congresal, así es que el párroco decidió que nuestro pueblo no tenía por qué
ser menos que Talca o Linares y organizó el de Villa Alegre.
Como primera
medida, se citó a los notables, en general de escasa asistencia a misa, pero
bien dispuestos a colaborar con medios que contribuyeran a conseguir un espacio
celestial cuando arribaran donde san Pedro. De la lechería de los Noguera,
llegaron quesos, mantequilla y leche, por supuesto don Pepe Diéguez aseguró el
pan y el ex-alcalde Serafín Gutiérrez ofreció casa y atención para obispos y
sacerdotes. El vino no era problema, asi es que con las necesidades del cuerpo
solucionadas, se podía empezar a pensar en las del espíritu.
Se hicieron
diversas comisiones cuyas presidencias exigieron un delicado equilibrio en la
importancia de los candidatos, exigiendo al Párroco acudir a toda la diplomacia
vaticana para evitar un temprano aborto de la convocatoria.
Mamá
desempolvó su pergamino de concertista y le fue adjudicado sin oponentes el
honor de sacar las melodías que pudiese de un vetusto armonio que de acuerdo a
sus venerables años padecía de renguera, tablas sueltas, ahogos, flatulencias y
un asma incontrolable.
Para engalanar
los arcos de bienvenida, las palmeras pagaron su tributo quedando como plumero
viejo.
Notable era la
oposición formada por el boticario ateo, un socialista declaradamente agnóstico
y un empleado público radical y masón, de cuyas casas siempre salía olor a
azufre y más de una vez se había visto la sombra de un macho cabrio, según
aseguraba doña Emeteria, hábil rezadora, impagable en velorios de angelitos* o
adultos. Estos avistamientos eran puestos en duda por muchachones, nietos de
Judas, quienes juraban que se producían al regreso de los mejores velorios
donde se le prodigaba la atención debida a su garganta pra que no fallara en
las encomendaciones.
Los herejes
vaticinaban un estrepitoso fracaso, mas, para su vergüenza, todo fue resultando
muy bien; las viejas rezadoras se lucieron con las antiguas plegarias y
peticiones; las procesiones mantuvieron un orden encomiable ya que se acató la
orden “de una sola caña” para entonar el cuerpo. Se presentaron varias ideas para mantener las
buenas costumbres. Mi hermana Sylvia se lució con una moción que sugería que
las jóvenes católicas debían actuar en sociedad ejemplificando con su buen
juicio y piedad, idea que no todos aprobaron pues eran de opinión de que las
niñas solteras debían ser de su casa sin distracciones mundanas que podían
inducirlas al pecado.
Para la misa
de clausura se había comprometido la asistencia del obispo de Talca, monseñor,
Manuel Larraín Errázuriz, de abolengo, cultura e inteligencia extraordinarias.
Ignoro si era incapaz de apreciar la buena voluntad, o por último la
situaciones jocosas, pero recuerdo a mamá de lo más inspirada tocando, entre
jadeos y estertores del armonio, el adagio del Claro de Luna, cuando el obispo
imperiosamente le dijo: _¡Pare! Es que la música era profana y él lo sabía.... ¿Se revolcará en su tumba don Manuel oyendo el
tamboreo y huifa actuales?
Pasó el
congreso, las pocas viejas que iban a misa diaria lo siguieron haciendo, al
igual que los que no íbamos nunca; el arpa, momentáneamente desterrada del
salón del cura volvió a su mundano rincón; las hojas de palma tuvieron una
última y feliz actuación al barrer las calles del pueblo por los borrachos que
había caído presos y se les sometía al escarnio público.
Y en su debido
momento, cuando les llegó su hora, el masón, el boticario y el socialista
llamaron al párroco y se fueron confesados, con el escapulario en el pecho, como
debe ser, y luego del velorio de sus casas doña Emeteria vió huir un enorme y
misterioso perro negro.....