Una vez más Tinito y Epa estaban en problemas, a su modo de ver, dificultades totalmente injustas o de mala interpretación, pues al escucharse con calma sus razones estas serían comprensibles, de peso y clara realidad.
Todo empezó temprano con una aglomeración que se produjo a las puertas del Cielo. Por aquellas absurdas causas terrenales se juntaron cientos de candidatos y san Pedro estaba totalmente sobrepasado en anotarlos con su tinta de oro y bella caligrafía: Tinito y Epa son comedidos, sacaron agua de una bella nube rosa y la añadieron al estanque tintero pensando que al ser mas delgada la capa de oro se podría acelerar la escritura y completar rápidamente el trabajo, san Pedro quedaría desocupado y ellos averiguarían si entre los recién llegados habría un goleador, refuerzo que ello necesitaban urgentemente en su equipo de fútbol.
En su inicio no se notó el cambio, pero lentamente empezaron a palidecer los listados. San Pedro suspiró, restregó sus ojos, acercó la nariz al Libro, rascó su cabeza mientras la movía desconcertado pensando que había sucedido lo imposible: estar viejo, achacoso y cegato en el Cielo. Afortunadamente, a un querubín ayudante se le ocurrió ir a ver el estanque descubriendo la causa del desaguisado.
Ya conocemos los pasos a seguir: san Pedro indignado, acusaciones ante el consejo y penitencia para los culpables. En atención a que fue sin afán de travesura pero con interés de beneficio, se les mandó que por 5 minutos –tiempo del Cielo- volver a la tierra y buscar a quién hacer feliz.
Antes de partir a su misión hubieron de pasar por el taller de vestuario y ornato, permitiendo que las angelitas compusieran túnicas, sandalias, alas y aureolas siempre a maltraer a causa de los movidos partidos disputados. Mortificante era el aguantar la semi sonrisas y la musiquita entonada entre dientes por las diligentes angelitas, que si bien no se reían de ellos (algo de extrema grosería en la etiqueta celestial) sabían que sus atuendos servirían de ejemplo de cómo no debe presentarse un angelito.
Entre recomendaciones y abrazos de los del equipo de fútbol partieron renuentes a la tierra, pues aún recordaban su traumática experiencia con Peyo y Payo, revoltosos gemelos que ayudaron a cuidar algún tiempo.
Volaron mirando por plazas, casas y colegios encontrando mucha gente que no se sentía feliz, pero en general, su desdicha partía por codicia o envidia de bienes materiales causa que ellos mismos podían corregir siendo severos con su conciencia.
Volando, volando, quedaron enganchados en una cancha de fútbol en que se desarrollaba un interesante partido entre equipos de muchachitos de 10 a 12 años. Recordando su misión, no dejaban de mirar por si encontraban a alguien a quién ayudar, fijándose en un niño sentado en una silla de ruedas que miraba al resto de sus compañeros con una cara tristísima. Como pueden penetrar los pensamientos le escucharon decir: _¿Ay, ¿por qué no podré jugar? Sería tan lindo tomar la pelota, dejar atrás a uno, dos, tres jugadores y meter un gol con pelota, portero y dos defensas de yapa, pero acá estoy encadenado a mi silla al borde de la cancha_ Sabiendo que era un deseo puro, sin celos ni envidia, comenzaron a idear como ayudarle pues no estaba sn autorizados para hacer milagros espectaculares. Mientras pensaban y pensaban, los parciales metieron un gol de media cancha (nosotros sabemos que Epa contribuyó con su celestial puntapié para alegrar a Pepito, que así se llamaba el niño). El chico reía y aplaudía feliz, coreando las canciones del equipo. Con el celestial oído de nuestros amiguitos que les encanta cantar, captaron la belleza de su voz y lo afinado de su tono. Rápidamente, insinuaron al director del equipo que se acercara a decir algo a Pepito, escuchándole y de inmediato le nombró jefe de la barra con guaripola, uniforme y pompones incluidos. ¡Y aquello fue felicidad pura! En los sucesivos partidos Pepito era el primero en subir al bus, e instalarse en la cancha pues sus compañeros aseguraban que les traía suerte con sus estimulantes cánticos. Más de una anciano decía con voz grave al escucharle_” A este niño, le ha besado un ángel”_ ¿y Tinito y Epa.? Miraban desde el borde del acampo deportivo saltando felices con los triunfos y como son ángeles no podían decir “árbitro saquero” sino que murmuraban : _”Señor árbitro”_ con muy agrio tono cuando no estaban de acuerdo con la sanción.
Cumplida su misión regresaron al Cielo, retomaron sus obligaciones en el Aleluya Fútbol Club, enseñando nuevas tácticas de ataque y defensa aprendidas en su obligada estadía terrenal.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado; pasó por un zapatito roto ¡y otro día les cuento otro!…..